domingo, 28 de octubre de 2012

La copa de vino







Todo fue culpa del vino.

Era un Cabernet Sauvignon, el que recomendaron en una revista.
(A mi me gusta el Syrah, pero la reseña de este era espectacular).
¿Por qué no mejor tomé mi botella favorita?
No lo sé.

...Y también de las incomodas medias color champagne.

Yo nunca uso medias. Me dan comezón. Ni siquiera las encuentro favorecedoras.
¿Qué me llevó a usar medias ese día? 
No sé. 
No me interesa.

Abrí la botella de vino con la misma torpeza con la que abres un refresco de soda recién agitado.
Derramé las primeras gotas. 
Serví de más en cada copa. 
Las gotas escurrieron hasta la base creando círculos perfectos.
Tu estabas demasiado ocupado poniendo música para darte cuenta de mi bochorno.
Creo que fue mejor así. 
...Creo.

Brindamos por los nuevos tiempos y chocamos nuestras copas.
Brotó una cuarteadura y de ella un hilo de vino tinto que se deslizó entre mis dedos.
Disimulamos bien que ambos supimos que algo se fracturó en ese momento.
Maquille la escena para ocultar mi copa rota,
y el bochorno previo,
y los círculos perfectos.

Siguió la noche.

El resto de la velada mantuve la sensación en los dedos del líquido que escurría y se escapaba de mis manos en porciones pequeñitas. 

¿Por qué todo tiene que ser siempre tan metafórico?
A veces, sólo a veces, lo encuentro ridículo.

Sonreí con los labios resecos que de vez en vez humedecía en saliva para disimular las pequeñas grietas. 
Balbuceaba.
Por un momento, me sentí completamente de plástico.

No recuerdo el resto de nuestra conversación.
Creo que hablabas de tu perro... o de tu gato. 
La verdad, no recuerdo si tenías mascota.

Partí a casa repasando en qué momento me convertí en tan poco talentosa para el arte del coqueteo.

Lamento que me hayas conocido así.
(O talvez no, la verdad no sé).

Me hubiera encantado haber tomado una copa de vino, 
del que a mi me gusta... en mis vasos de vidrio.
Te hubiera invitado a sentarte en el sillón y te hubieras sentido tan familiar  que te quitarías los zapatos botándolos en el suelo. 
Y hubieras subido las piernas a la mesita de centro y hubiéramos visto películas el resto de la tarde.

Tantos hubieras.

Mejor me hubiera quitado las medias ese mismo día en el coche y hubiera regresado al super por mi botella favorita. 
Mi culpa siempre será ser indecisa y diluible. 

Pero yo siempre culparé al vino de esa noche.