Primero que nada, espero que esto no suene a una apología.
Extrañaba escribir y ese dolor que traigo en la boca del estomago desde hace días me hizo querer venir acá a enmarcar este microsegundo de enojo.
(Perdón, pero hoy estoy aquí con fines terapéuticos)
Hoy, ahorita, a las doce de la noche de un domingo menguante, me cubre mi capa de ansiedad. Y hoy es pesadísima.
Soy María. 29 años.
Yo quería huir de aquí.
Estoy muy lejana a ser perfecta.
Olvido cumpleaños, no recuerdo apellidos,
No recuerdo cuántas veces cuento una misma historia.
Le sonrío a los extraños.
No se chiflar ni andar bien en bici.
No escucho bien del oído derecho.
Se donde herir cuando quiero ser lastimera.
No sé cocinar arroz.
A veces, soy demasiado cínica.
A veces, huyo cuando se aproximan demasiado.
No soporto el olor a rosas.
Siempre amanezco triste el día de mi cumpleaños.
Disfruto ser el centro de atención.
Me gusta el control y eso me hace ser por ratos incisiva.
Temo que mi inmortalidad se reduzca a dejar en este lugar cientos de pañales que use de pequeña y aún no se desintegran.
Me aterra ser olvidada.
Sobre todas las cosas, odio mi vulnerabilidad.
Y me toca humanizarme y ver que tengo tantas esquinas despostilladas
Maquillar los moretones en las piernas.
Hoy me siento tan humana y violentable.
¿Cómo podría exigir la perfección si yo estoy encontrando algunos fragmentos míos en el suelo?
De repente, me encontré inmersa en tonto desapego infinito
Pensando que la practicidad me traería un poquito más de calma.
Todo salió conforme al plan.
Todo ha salido cómo yo lo he soñado.
¿Por qué entonces no siento ese jubilo en la sangre?
¿Por qué no me invade esa alegría desmedida?
Siento un hueco en el estomago de que algo estoy dejando pasar o algo no estoy viendo.
Estoy tan exhausta de auto analizarme y ver las piezas que me hacen falta.
Hoy quiero llorar por mi y por lo arrogante que he sido.
Que este momento de fragilidad me sirva para regenerar lo podrido...
porque estoy renuente a ser una egoísta más en este mar lleno de islas.