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No pido la vida fácil.
De hecho, siempre la evito.
En las buenas y en las malas, como un buen matrimonio.
A veces la abrazo con más cariño cuando logro llegar a la meta,
después de entercarme en tomar la pendiente más inclinada y llena de curvas.
A veces, la reniego y le escupo en la cara cuando me resulta traicionera y me muerde la mano.
No pido la vida suave.
Ni pido tratos con terciopelos.
Me gusta andar descalza, desnudar texturas, sentir las piedras.
No deseo adelantarme a mis tiempos.
No pido atajos para adelantarme en filas,
no porque no los merezca; pero tampoco siento que los haya ganado.
A veces uno es quién decide qué tan difícil o fácil será la vida.
Basta con dejar de anhelar cosas y seguro sería una bobada de fácil.
Pero seamos sinceros:
¿quién quiere una vida donde no tuvieras la opción de conquistar la luna?