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Ixtapa Zihuatanejo, en algún día de Mayo '93
Bajé con mis hermanos corriendo a la playa del Hotel Fontan. Acabamos de desayunar.
- ¡No se metan a la alberca o al mar después de comer! - era la indicación de siempre.
Cubetas de plástico o hasta vasos desechables se convertían en los elementos must have durante ese tiempo de espera para hacer digestión.
Hacer castillos de arena.
Muchos.
Con una mezcla exacta de agua de mar y arena.
Jugar a ser arquitectos.
A veces teníamos tanto tiempo que podíamos construrle fosos para contener el agua, y muchos niveles, y muchos puentes.
A veces la mezcla fallaba y todo colapsaba antes de poder colocar las torres de vigilancia.
Pero siempre, al final del día, llegaba una ola gigante que lo barría todo
dejándonos sin castillo... sin chanclas... sin cubeta... sin princesas.
* * *
Mis flores favoritas son las magnolias,
por orgullosas y frágiles.
Por efímeras.
* * *
Cambiarse de casa.
Tirar cosas inútiles.
Cambiar las rutinas.
Tirar los tenis viejos.
Regresar por un camino diferente.
Reconfigurar lo programado.
Regalar libros viejos.
Regalar tu ropa.
Cambiar de desodorante.
Tirar los cuadernos con anotaciones.
Reforzar en lo que se pueda, el desapego.
No para desprenderse a cada rato.
... sólo para sufrir menos cada que el mundo se sacuda y tire tu torre de naipes.
2 comentarios:
uff... me encantó esta entrada.
Es difícil describir cuando vives en una ciudad de paso el desapego que aprendes hacia las personas y como aprendes a amar como los marineros, sin lágrimas y sin extrañar.
Me gustan las magnolias pero de lejos. Por eso dios las puso en un árbol hasta arriba, porque huelen demasiado fuerte y porque sí.
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